La celda 211


Director: Daniel Monzón

Una película española redonda.

El tema: Un motín en una cárcel donde la brutalidad, la política, la amistad, la corrupción del poder y la desesperación de los que no tienen nada que perder se dan cita.
Un buen guión, basado en una original novela, una buena dirección e interpretación consiguen este buen resultado.
A destacar el buen guión, algo no muy corriente en el cine español, donde los guionistas parecen no existir (o no los dejan...) A cambio, casi todos los directores son guionistas y como Juan Palomo acaban repitiéndose.
Un buen momento de cine: cuando Malamadre entre reproches mira a su AMIGO malherido y le dice  " ... pero tú me lo habrías contado verdad?" 


No te la pierdas.

1 comentario:

  1. Palomas blancas


    El escritor entró en la librería a sabiendas de que su propietario no estaría en el mostrador. Lo recibió una capa de pintura gris o blanca, de un color difuso, indefinido como la nueva atmósfera del local. El escritor buscó con la mirada los detalles conocidos. Reconoció las mesas forradas con cubiertas de libro, las curiosas estanterías de un solo ejemplar, los fragmentos de las grandes obras colgadas en la pared. Esta visión le concedió unos segundos de sosiego. Pero se disipó rápidamente para dar paso a otro sentimiento opuesto. De rechazo. Aquello era un pecado. O un sacrilegio.
    Se dirigió al escaparate. Leyó los títulos expuestos. Los suyos no estaban, lo que demostraba que su anterior presencia respondían al aprecio y no a la calidad de su literatura. Regresó a la barra. Pidió un café a la mujer que, a partir de ahora, regentaría la librería.
    "Descafeinado, por favor".
    Un hombre, acodado en el mostrador, hablaba con ella. La conversación versaba sobre la cantidad de pan que había sobrado ese día. Y el que, en cambio, había sobrado el día anterior.
    El escritor sintió un nudo en la garganta. ¿Dónde estaban los ojos transparentes y sinceros que desbordaban pasión por la literatura? ¿Dónde estaba el aroma a libro? ¿Dónde estaba la librería?
    Apenas había ejemplares expuestos y resultaba difícil encontrar un nexo entre ellos. Probablemente, no lo había.
    El escritor sorbió el café. Respiró hondo. Sintió el paso del tiempo, las etapas agotadas y consumidas de la vida. Pensó en su madre, fallecida varios años atrás, en esas cosas que uno siempre piensa que deben estar ahí, pero un día, sin más, se van. Pensó en el suelo que pisaba, en la gravedad que lo mantenía en pie. Luego lo invadió un grave silencio. El mismo silencio con el que el librero se fue. Se preguntó por qué no quedaría nada de la librería. Y creyó que no era justo. Que de ningún modo lo era.
    Fue entonces cuando su imaginación dibujó palomas. Palomas blancas con alas de papel, manchadas de letras, con un lomo por cuerpo. Imaginó los miles de palomas que salieron de la librería aquellos años, batiendo sus alas, alisadas y finas. Luego supuso lo maravilloso que sería poder seguir sus rastros, y ver cómo las palomas pasaban de unas manos a otras. Cómo el hijo de un cliente habría leído, años después, la que su padre adquirió en la librería. Ese chico, tras un concierto, conocería a una chica en el barrio de Gracia. Hablarían de libros, de ese libro. Ella también lo habría leído. Su madre lo habría adquirido años atrás en una librería cercana a la Diagonal. Los dos ignorarían que sus dos palomas de papel fueron liberadas por el mismo hombre.
    El escritor cerró los ojos. Y vio miles de palomas blancas cruzándose en el cielo, abriendo nuevas posibilidades, nuevas casualidades, nuevas vidas. Nadie lo sabría nunca. Pero sucedería así. Porque las palomas blancas nunca mueren.
    Salió de la librería. La tristeza seguía en su interior. Pero también una profunda sensación de certeza de que aquel final no era más que el principio de tantas otras historias que no habían hecho sino comenzar.

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