Cuentos que no son cuentos III ...

Pasaron los meses y ya por Pascuas, asomó por casa, Josefa la hija del tío "pleitas". Era alta, delgada, con su morral de esparto al hombro, donde guardaba hierbas y plantas, que ella solo conocía y reconocía en su continuo andar por aquellas lomas.

Curandera y medio bruja, por todos solicitada y respetada, pero más conocida por Josefa "La Pelín", famosa por el bien aconsejar y curar, heridas, enfermedades y partos, remediar hembras infecundas, hombres sin hombría, sanar y curar animales varios, siempre con sus emplantes de plantas y bebedizos varios, que aconsejaba, tomar, untar o frotar "un pelín" según el caso.

Saludó los buenos días, la salud, el tiempo y las cosechas y sin dejar de mover sus vivos ojos tras cualquier tallo de plantas o hierbas que con afán, descubría, recogía y se guardaba en su zurrón, siempre en tu compañía, sin querer demorarte en tus queaceres, sin dejar de hablar, preguntar, ayudarte y sus ojos de mirar sin mirarte.

Dio cumplida su visita y rozandome la mano dijo:
- Moza, tienes ancas de buen parir, y seguro que estáis en ello. toma esta migaja de hierbas, mejor que arranque el herbor por la medianoche y en ayunas, cada mañana bebete un "pelín" del agua, por cierto ¡ya sabes!,  tenéis una coneja preñada dentro del hoyo.

Meses más tarde tu abuelo, atrapó el conejo más hermoso, lo acerco a la casa del "tío pleita" y Josefa "La pelín", su hija, se consideró pagada, era su manera de cobrar visitas.

Después de su primera visita quedé preñada. Empecé a engordar y pronto vecinas y comadres comentaron con malicia, - ¡Anica que ya no se te ve tan fina!. Cogí a tu abuelo, le dije:
- Que no me nazca el zagal, como ¡hijo de soltera!

Tu abuelo lo comprendió y cumplió. Decidió bajar Al Garrobillo, hablar con el sacristán José y María su mujer, "la sacristana", para que el padre Jesús, el párroco de la iglesia, que vivía en Águilas y solo subía  Al Garrobillo en días de misas, entierros, bodas y bautizos concertados para celebrar como Dios manda y no perder un jornal, siempre en festivo.
Les llamaban "la santísima trinidad".

Del papeleo con el ayuntamiento se encargaba el cartero, Justo "el Guapillo", como él mismo presumía, por su físico resultón, moreno, pelo rizado y ojos vivos y poco amigo a doblar el espinazo. Era hijo de algún empleado de la oficina de correos y consiguió ser el enlace entre Águilas y la Cuesta de Gos y pronto se creyó y convirtió en autoridad, al conocer la vida y milagros de sus vecinos, a través de las cartas, que escribía, abría y leía sin reparos, dado el poco entendimiento de su gente en el mundo de las letras, ¡eso sí, por unas buenas perras!.

Días antes de la boda bajamos los tres, el abuelo, Jazmín la mula y yo al mercadillo de Águilas. Mercamos, regalos, dulces, confites y peladillas.

Para celebrar la boda, él compró y me regaló una mantilla blanca de fino hilo que yo lucí orgullosa aquel día de mi boda.

¡Bien lo recuerdo! bajamos los tres mudados, tu abuelo, la mula y yo. Él se apaño un traje oscuro, yo con mi mantilla blanca nueva y mi mejor ropa, subida en la mula, ladea como la gente fina, con un ramo de romero, tomillo y jazmín, que él, tu abuelo, mi hombre, recogió para mi y la mula, a la que también coronó con gracia. Ya en la puerta de la iglesia y delante de la gente ahí reunida, me bajo de la mula en brazos entre vítores y aplausos; roja como el amapola y cogida de su brazo cruce el umbral, nerviosa, contenta y orgullosa.

Al finalizar la boda todos nos felicitaban, "la santísima trinidad", vecinos, amigos y conocidos, que nosotros obsequiamos con dulces, confites y peladillas que jazmín guardaba en sus alforjas, también decoradas con gracia para la ocasión.

¡Y que grande fue aquel día!

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