Cuentos que no son cuentos ... X

Martín Sancho "el compadre", él también lo paso mal y tan pronto como pudo se acerco a nuestra casa. Delgado, estaba delgado, sin fuerzas y sin color. En el poyo de la era se sentó, abrazó a los zagales, el Benito y mi Paquita que andaban entre mis sayas jugando y maleando, al ser chicos y no poder ayudar o trabajar. En cuanto yo me acerque, rompió en llanto cual zagal, al rato cuando se calmó, cogió mi mano y solo me dijo "Lo siento Anica, lo siento!" y entre las casas se fue como avergonzado.

Tardó días en volver, ya estaba recuperado y nos fue de mucha ayuda, sobre todo a los zagales, el Frasquito y mi Juan que lo querían de verdad, quizá por lo ocurrido en la mina ¡ las desgracias unen mucho!

Al cabo de pocos días bajó Manuela "la del colmado", charló de mil tonterías, mientras enjugascaba a mi Paca. Yo la conocía bien, algo me quería decir. Al final me lo soltó. Me pidió que aquella noche me acercara hacia el colmado, donde gente que al "Corro" querían le iban a hacer un homenaje. Primero de dije "¡No! , más llantos soltar no quiero" más pronto me convenció, al ser pocos y al tratarse de una fiesta.

Al dormirse los zagales cogí una lumbre y me encaminé pal colmado. Eran pocos y lo estaban ya celebrando. Ya algunos no los recuerdo, pero de seguro si estaban la "pelín" y Martín Sancho "los compadres".

Se comió y se bebió, se contaron las ocurrencias y gracias que el "corro" siempre contaba, cual si él estuviera presente, sin lágrimas, con alegría, con ganas de buen comer y beber y de pasárselo bien.

Para finalizar la Manuela alzó su copa, bebió el ultimo trago y con una lumbre en la mano, con gracia nos ordenó de salir todos al campo.

La noche no tenía Luna, dejó la lumbre en el centro del pequeño llano y un circulo se formó de personas en cuclillas. Faldas arriba, bragas abajo, pantalón y calzón por la rodilla y que tenga un buen homenaje.

Cuando terminó el alivio y el arreglo de la ropa, entre todos me contaron que fue una idea del "Corro" y por él mismo impuesta, que al finalizar una juerga o fiesta, aliviarse en compañía de amigos fuera por siempre costumbre. Al terminar el cagancio todos se me despidieron, contentos y emocionados.

Martín Sancho el "compadre" me acompañó hacia mi casa, él delante con la lumbre. Al no haber Luna no supe, si él también lloraba en silencio.


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