Cuentos que no son cuentos IX

Aquella misma mañana cuando desperté a su lado, mi Juan, "el corro" ya estaba frío.
Grité, lloré, despertando a los zagales que asustados y asombrados se me unieron a mi pena.
Mande al mayor, mi Frasquito, a coger la caracola, se plantó en medio la era y con todos sus pulmones lanzó al viento el aviso, a la gente de las casas y de la cuesta, que "el corro", su padre, ya estaba muerto.
Acudieron sin demora, ya que todos lo esperaban, las comadres y vecinas que con gritos, llantos, besos y abrazos me acompañaban en duelo. Hicieron café, hierba Luisa, tila y tomillo, otras adecentaron la casa que yo tenía abandonada, buscaron la ropa negra para enlutarnos a todos.

La tía Juana "la del risco" más conocida por todos como "la de la mortaja", me pidió la mejor ropa que el buen difunto tuviera y que en caso de no haberla, ella misma la prestaba, como el lavarlo y vestirlo como era costumbre suya y de toda aquella gente.

¡No! le dije que ¡No! que pensado lo tenía, que a mi Juan, o de lo que de él quedaba, nadie me lo viera en cueros, porque nunca me gustaron las bromas y las puntillas que la Juana nos soltaba cuando estaba en comadreo. "Lo bien armao que estaba fulano" "que mengano presumía y lo poco que tenía" " que si la viuda lloraba añorada por el palmo que él tenía" y "la vieja tía María, que en gloria bendita esté, la de años que su cuerpo, el agua no conocía", " la Antonia murió soltera y sin conocer varón y entre las patas casi como una mina lo tenía". Siempre entre risas y chanzas de las comadres presentes. ¡Bien lo sabía yo, que ninguna me perdía y lo mucho que reía!

Pero con Juan no. Eso yo no lo quería. Mejor me lo recordaran desnudo en medio la era, en la mano un cazo de agua y lavando bien su cuerpo, que algunas, bien lo se yo, a escondidas lo miraban.

Lo dejamos con calzones y en su cama, tal cual como siempre él dormía, le puse mi mejor colcha la que juntos mercamos en Lorca y todavía conservo. La caja llegó muy tarde, desde Águilas venía, junto a Jesús, José y María, "la santísima trinidad" que nos rezaron o rezamos un largo rosario entero, entre llantos, suspiros y un calor de mil demonios y el no saberlo acabar del bendito (cura) Jesús que finalizó agotado y con un "descanse en paz" que a todos nos supo a gloria.

Fueron dos días muy duros, con un trajín de pasar y no parar gente de Cuesta de Gos, Cuesta Mula y el Garrobillo a despedir a tu abuelo, "el corro"al que todos conocían y querrían, todos contaban sus gracias y chascarrillos. Fueron días duros, muy duros, un sin dejar de gritar y llorar que hasta ronca me quede, pero siempre mis comadres me ayudaron cuando yo no podía más, con sus gritos y sus llantos.
La Joaquina, "la llorona" hasta se enojó con todas, al no contar con su ayuda de llorar por unas perras.

Manuela la del colmado y Josefa "la pelin", que fueron de las primeras, al llegar nos abrazaron, besaron, pero en silencio lloraban y al poco rato marcharon. De Manuela, lo comprendo, ella tenía un negocio ... pero "la pelin" no. Llevarse quiso a mis hijos, como comadre que era, no se lo consentí. En la muerte de su padre, tenían que estar presentes, como es decente y normal. Cierto es que ninguna de las dos, cuando ya todo paso nos abandonaron, siempre estuvieron presentes, en ayudas, en cariño y amistad, pero el resto de la gente, como pronto se olvidaron, se volvieron a lo suyo y del "corro" y de los suyos, solo en juergas y en las fiestas se acordaron ¡ No era fácil de olvidar!

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