Cuentos que no son cuentos ... XII

Años llevaba yo, toda vestida de negro y pañuelo en la cabeza, como viuda que yo era. Mi amistad con los compadres seguía, sobre todo la "Pelin", al ser mujer soltera y estar las dos sin un hombre, la de cosas que contaba, como el solera ella estar por gusto, que un hombre solo le aburre y en sus paseos del campo no todo fue el recoger hierbas, que algún hombre de las casas, de la Cuesta y del Garrobillo pasaron entre sus piernas, el que ella quiso y cuando quiso, que eso es la libertad y el comer del mismo, al final una se cansa.

- ¡ Mira Anica, yo te digo lo que pienso! que tu aun eres muy joven y te quedan calentones. Martín Sancho es buena gente y te tiene algo más que un buen mirar y lo mismo con tus hijos. Yo de ti, ni lo pensaba, que a más a más de follar te entraría un buen jornal.

Me escandalice, le dije que yo no era capaz de ningún otro hombre abrazar, que Martín Sancho el compadre, solo era eso, el compadre.

- Ay moza, ¡ que la cabeza no es solo para llevar pañuelo!

Pero yo me puse terca y no lo quise admitir, ahora a él lo miraba de otro modo y casi que lo evitaba y él lo tuvo que notar.

Murió la tía Concha, "la de verruga", murió por aburrimiento, era vieja ( casi sesenta tenía), casada con el tío Lucas, sin hijos, su vida era el trajín de la gente, las minas, los velatorios, las bodas, las fiestas, y al cerrar las minas, ¡todo se lo robaron! en las casas, en la Cuesta muy poca gente quedo, los jóvenes se largaron en busca de mejor ganarse el pan.

Su velatorio aburrido, por la poca concurrencia y sin nada que contar. Yo acudí por compromiso y a eso de la medianoche y en vista de todo lo visto lo mejor es retirarse, ¡que tengo cuatro zagales!. El compadre como siempre me acompaño, lumbre en mano hacia mi casa, y en la mitad del camino me soltó.
- Anica, Anitica, tenemos que hablar ...
- ¡Corra! , llámame Corra.
- Lo que yo te quiero decir ...
- Martín Sancho no te engañes, ¡ Que es al "Corro" al que tu quieres!

Me miro y no dijo nada. Fue un caminar en silencio y en el llano de mi casa se paro, alzo el farol y me ilumino la puerta, que yo cruce arrepentida, en el umbral me volví, el soplo con fuerza, se apagó la luz, cogió el camino de la Cuesta de Gos y desapareció en la noche por el tajo de chumberas que lindeaba las casas.

Nunca más volvió por la casa, a los zagales los veía por el campo, o no se donde, pero nunca más volvió. Yo me lo cruzaba en el campo, en las casas, en la Cuesta, en las fiestas y siempre me saludaba con un "Corra, buenos días", "Corra, adiós que tengas salud".

Mis hijos, bien se yo que lo notaron, pero se callaron. Solo mi Juan, un día me dijo:

- Madre, que le hizo usted al compadre que no viene ya por casa.

Me encendí, me volví y la cara le cruce.

- ¡Tu, a callar, y a lo tuyo! ¡Zagal!

Lo miré y siempre me arrepentiré, el zagal había crecido. Fue la ultima vez que le pegue, doce años me tenía el zagal, mi Juan.

El crecer fue para todos y en pocos años cambio la penuria de mi casa, los zagales al ser mozos mejor jornal me traían. "Donde mejor me pagan, me voy" es lo bueno de ser joven.

El ser joven y lo que el cuerpo cambia y te pide necesidades, eso le ocurrió a mi Frasquito, que muy joven se ennovio con la Juana, la mayor de los Fernandez, o mejor "los culoinquietos".
Y paso lo que paso, que siempre es lo natura:

- Madre me quiero casar.
- Si solo eres un zagal.
- ¡Mejor temprano que tarde!

Natural que se caso y al tiempo se le da tiempo, que pocas sorpresas trae.

- Madre, nos vamos pa Barcelona que allí hay trabajo y hay pan.

Fue empezar y un no acabar y cuando nos llegó a nosotros, de los pocos que bien querías había que despedirse, en mi caso "la Pelín" y Martín Sancho en compadre, que al no darme otra ocasión ¡Mejor olvidarlo en todo!
La "Pelín" no me fue fácil.

- Mira moza, el pan nunca se da gratis, yo lo siento pero me alegro, y espero que os vaya bien. "Corra" tu y yo, mejor ni besos no abrazos, mejor como un cada día, un adiós y hasta mañana. Y que el mañana sea pronto, que sin ti y sin tus zagales, para mi el tiempo no pasa y es un vivir sin vivir.

Nunca la volví a ver. Solo se que envejeció, como yo, ella en la Cuesta de Gis, con sus hierbas, sus matojos y yo aquí, en la Barcelona, con mis hijos y mis nietos.


- Madre, que le cuenta usted al niño.
- ¡Nada! cosas de los peloteros.
- Madre, me cuesta creer, que con la vejez, ¡ se aficionó a la pelota!.



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